Sábado 2 de junio
Cada vez aprecio y me gustan más los vinos clásicos de La Rioja… (creo que será mejor que aclare esta sentencia desde el principio). No me refiero a los vinos "viejos" y "esqueléticos" que durante tantos años se han asociado a la Rioja, estoy hablando de aquellos gracianos, mazuelos y tempranillos que exhiben un buen cuerpo combinando los aromas varietales, con los tostados (cafés, tabaco…) y las reducciones en una evolución que, cuanto más prolongada es, más interesante se deviene.
Ya percibí esta tendencia en mi gusto personal durante una presentación de vinos riojanos (¿de bodegas familiares?) que tuvo lugar en el restaurante El Principal del Grupo Tragaluz hará algo más de un año.
Esa tarde/noche (¿noviembre del 2006?) tuve la ocasión de degustar magníficos vinos y de hablar con sus bodegueros y/o enólogos. De entre todas las bodegas, recuerdo a dos especialmente. Por un lado las Bodegas Torres Librada y su enóloga, de nombre Alicia, que me obsequió con un increíble Torrescudo Graciano (desde entonces lo he buscado por Barcelona sin éxito, creo que tendré que ir hasta Alfaro).
Con ella estuve hablando de los nuevos Riojas, de las modas y los vinos de autor, de las variedades autóctonas y métodos de vinificación. Cabe decir, para que nadie se lleve una imagen equivocada de los vinos de Torres Librada, que éstos no siguen el patrón de lo que Mauricio Wiesenthal llamaría "vinos magros" en su libro "Los nuevos tintos españoles" (Ed. Salvat).
Pero las dos convenimos en que actualmente existe una tendencia que consiste en homogeneizar los vinos, en que cada vez se diluyan más las diferencias entre las distintas denominaciones o regiones vinícolas -ya sean españolas o extranjeras-, y que en la mayoría de casos se fundamenta en una sobremaduración, en una sobremaceración y en un exceso de madera que nunca se acompaña (por que no se puede o no se quiere) de su correspondiente limado en botella. A todo esto hay que añadirle la pérdida de identidad y de personalidad y en consecuencia de autenticidad que conlleva el hecho de querer seguir a toda costa unos determinados cánones en los cuales unos por su clima, otros por el suelo o por las variedades autóctonas no pueden encajar sin renunciar a parte de lo que son.
En fin, con los vinos sucede, como con tantas otras cosas en la vida, que para alabar a unos hay que desmerecer a otros.
La otra bodega que quedó impregnada en mi memoria, fue la del vino protagonista de este post el Vallemayor Reserva 1998 de Bodegas Vallemayor, que cautivaron la atención de buena parte del grupo de cata con el Viña Cerradilla -la apuesta "joven" y "moderna" (también en el diseño de la etiqueta) de la bodega-, hasta el punto de hacerles un pedido de por lo menos una decena de cajas.
Podríamos decir que el Vallemayor Reserva 1998 viene a ser el hermano mayor del Viña Cerradilla. El último un vino vigoroso y el primero un vino con experiencia, pero, en ningún caso, se le puede considerar un "vino magro", citando de nuevo a Mauricio Wiesenthal.
VR’98 viste de color rubí y presume de tener una buena capa. El matiz, como cabe esperar y sin tener que avergonzarse, apunta claramente a teja.
Nariz agradable en la que predominan los tostados, sobre todo café y algo de canela, delatando a los tempranillos de La Rioja. En el retronasal se adivina la fruta roja.
En boca es redondo y elegante, con un paso agradable. Buena acidez y unos taninos suaves que se funden en un final de persistencia media-alta.
En definitiva, un Rioja que se exhibió con la elegancia imperecedera de todo un clásico.
Vallemayor Reresva 1998
Embotellado por: Bodegas Vallemayor, S.L. Fuenmayor, La Rioja
Variedades: Tempranillo.
Crianza: 2 años en barrica de roble y otros 2 en botella.
Grado: 13%Vol.
Precio aproximado: 14€
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